Hay historias de amor que no se hallan guardadas en un cajón. Ni apiladas en las estanterías de una librería. Empolvadas, aplastadas, escondidas. Que no se encuentran en un parque, ni mirando a los patos en un estanque. Ni requieren melenas de dorados cabellos, corriendo entre espigas durante algún soleado verano.
Hay historias de amor que no precisan siquiera del fuego de una chimenea, dos copas de vino, ni del crepitar de la leña. Que no son de crucero, de velas ondeando al viento. Ni de pistas de baile, ni de luces de colores por Navidad; alumbrando durante unos días cualquier sombra en la ciudad.
Hay historias de amor que no necesitan que se caiga ningún pañuelo para que alguien lo recoja. Ni que algún irresistible perfume, una indisolublemente cual pegamento; dos almas solitarias.
Hay historias de amor que no son de griegos ni de romanos. Que no precisan blancos caballos. Ni castillos, ni bosques encantados. Ni príncipe con beso. No necesitan que se cuenten cuentos.
Hay historias de amor que no utilizan bancos vacíos, paseantes de perros, sesiones de gym, comidas de negocio o cenitas con amigos.
Hay historias de amor que no surgen en el AVE ni en el avión. Que no atraviesan la pantalla de televisión. Ni se fraguan en el intermedio de la ópera, ni Cupido cruza dos corazones con su flecha.
Hay historias de amor que no protagonizan chicos guapos, ni influencer de redes. Que no son de playa ni de puesta de sol. De fiesta privada ni reserva de habitación.
Hay historias de amor que no necesitan rosas ni anillos, ni hincar las rodillas ni declaración. Ni un: “te seré siempre fiel” por obligación.
Hay historias de amor que no necesitan elocuencia ni esfuerzos ni lucha ni demostración. Ocultar defectos, esconder debilidades. Y no dejar que se sepa, que estamos tomando medicación. Que no brotan en primavera. Que no son de hormona, ni de necesidad por soledad, de revancha por dolor. Ni de reparación por sustitución.
Hay historias de amor que son sólo y solamente historias de amor. Que llegan con la naturalidad de la respiración. Que no se someten a la conveniencia la educación o la religión.
Hay historias de amor que no son de bola de cristal ni de revelación. Sino que surgen dando vueltas a la cucharilla de nuestro café. Saliendo del cajero o esperando en la tintorería. Sacudiendo las migas del mantel.
Hay historias de amor que son tan verdaderas. Pero que no son nuevas. Porque las llevamos en nuestra alma mente y cuerpo durante mucho tiempo. Durante toda la vida.
Hasta que en un momento, en un preciso momento, alguien las empuja y se deciden a nacer.
Hay historias de amor como la que yo escribo en el cráter de este volcán al atardecer.